Por segunda vez, David esquivó la lanza que el rey Saúl arrojó para asesinarlo.

La envidia atormentaba a Saúl. Las melodías que David tocaba en el arpa para adormecer la locura del rey ya no funcionaban.

David tenía el afecto y la admiración del pueblo. La Biblia dice que, desde entonces, Saúl miró con recelo a David y, al siguiente día, un “espíritu atormentador” se apoderó de Saúl.

No pienses que uno de los sentimientos humanos más amargos y corrosivos tendrá piedad de ti. La envidia atormenta. Te dará la razón cuando afirmes que alguien no merece lo que tiene, pero te hará creer que hay un problema contigo, algo en tu esencia que te hace indigno de amor y felicidad.

La buena noticia es que la envidia tiene una debilidad.

La envidia revela lo que tu corazón anhela. Pocas cosas en la vida revelan tan claramente tus deseos más auténticos e intensos.

Piensa en esto: tu necesidad de felicidad, éxito o amor son legítimos y Dios tiene planeado cubrir esas necesidades para ti. El problema no es lo que deseas, el problema es que supones que la bondad de Dios no alcanza para ti.

Lo que tú envidias de otra persona es un regalo que prueba la bondad de Dios. Su bondad y generosidad no están ni cerca de agotarse, Dios no necesita quitarle bendición a una persona para mostrarte a ti su favor.

"La envidia revela lo que tu corazón anhela".

Pero...

La envidia ha tenido una forma elegante de moldear tu vida entre paredes de amargura y orgullo y, eso sí, la amargura y el orgullo han detenido el favor de Dios en tu vida.

¿No es esto lo que escribió el apóstol Santiago? “Codician y no tienen; matan y arden de envidia pero no pueden obtener. Combaten y hacen guerra. No tienen porque no piden” (Santiago 4:2 RVA 2015).

Deja de perseguir a tu David, deja de arrojarle lanzas, es muy cansado para tu alma. Ablanda tu corazón y pídele a Dios lo que anhelas, aquello que la envidia señaló como algo inalcanzable para ti.

Te diré la verdad: yo no sé si Dios te concederá todo lo que le pides, pero la envidia te robará lo que tienes y también lo que Dios quiere darte.

Guarda tus lanzas y arrodíllate. Convierte tu envidia en oraciones intensas y sinceras.

Dios tiene promesas específicas para ti. Él quiere mostrarte su bondad.

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