"Un hombre tenía dos hijos..."

Jesús era un narrador; Él contaba historias para sanar a las personas. Un día, Jesús contó la historia del hijo pródigo (Lucas 15).

El hijo menor pidió la herencia a su padre y, días después, se fue. “Derrochó todo su dinero en una vida desenfrenada” y no tardó mucho en perder todo lo que tenía. Entonces, volvió en sí: decidió regresar a casa de su padre.

En el camino de regreso, seguramente ensayó y corrigió su discurso una y otra vez: “Padre, he pecado”, “ya no merezco ser tu hijo”, “entiendo que no quieras verme nunca más”.

Aún estaba en camino cuando su padre lo vio de lejos. Jesús dijo que el padre, “lleno de amor y compasión, corrió hacia su hijo, se echó sobre su cuello y lo besó”. El joven recordó su discurso: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti…”. Pero su padre no le respondió, solo dijo a los sirvientes: “Rápido, traigan la mejor túnica que haya en la casa y vístanlo. Consigan un anillo para su dedo y sandalias para sus pies. Maten el becerro que hemos engordado. Tenemos que celebrar con un banquete”.

Jesús contó esta historia para enseñarnos dos verdades.

La primera lección es que Dios es Padre y ser Padre es su título más importante. La segunda lección es que no hay protocolos, ni términos, ni requisitos, ni contraseñas, ni condiciones para volver a Dios.

"No hay protocolos ni condiciones para volver a Dios".

Podemos regresar a Él con las manos sucias, la consciencia empolvada y el corazón roto. Podemos volver a Dios con los pies cubiertos de lodo, muertos de hambre y empapados de sudor y vergüenza. Para volver a Dios, no hay discursos que pronunciar, ni castigos que cumplir; no hay formalidades ni burocracia ni penitencia, no hay contratos ni “letras chiquitas”.

Él sabe lo que hicimos, los lugares de los que venimos, el hambre que hemos pasado, lo que hemos perdido. Y no pretende darnos un sermón, ni preguntarnos en qué hemos gastado el dinero y no va a guardar reclamos para después. Cuando volvamos a Él, va a abrazarnos, va a vestirnos, va a alimentarnos. No hará preguntas incómodas, ni va a repasar nuestros errores; ni siquiera dirá: “te lo dije”.

Solo nos recibirá como a hijos que, después de un largo tiempo, se encuentran con su padre. Y en el tiempo, en su casa, en su mesa, Dios irá reparando nuestro corazón, un día a la vez, sin prisa, sin presión.

Sí, hay un millón de razones para no regresar a Él, pero también hay una buena razón para volver: Él te ama.  Ni el lodo de tus pies, ni los recuerdos y las marcas de lo que has hecho, ni el peso de tu culpa  y tu vergüenza pueden evitar que Dios te ame como te ama.

«Yo, el Señor, te hice y no te olvidaré. He disipado tus pecados como una nube y tus ofensas como la niebla de la mañana. Vuelve a mí, porque yo pagué el precio para ponerte en libertad.» (Isaías 44:22)

"El peso de tu culpa no puede evitar que Dios te ame como te ama".

Suscríbete. Sé parte de esta comunidad.


Recibe contenido exclusivo cada semana.

[contact-form-7 404 "No encontrado"]