Por décadas, la iglesia ha reproducido patrones que tienen apariencia de santidad, pero no han hecho más que aislarnos del mundo.
Personas con buenas intenciones hemos enseñado y reproducido estos patrones.
Algunos son más extraños que otros, pero he escuchado instrucciones como: no veas películas, no escuches esa música, no leas esos libros, no te vistas de esa forma…
Estas instrucciones tienen apariencia de santidad. Pero hay un grave problema con ellas: olvidan el evangelio de Jesús.
Por eso Jesús fue tan severo con los religiosos de su época. Estos hombres cargaban a las personas con cientos de reglas por cumplir. En su comportamiento, parecían santos, pero la superioridad moral que presumían los alejaba de Dios trágicamente.
A ellos, Jesús les dijo: “[Ustedes] son como sepulcros que no se ven, sobre los que andan los hombres sin saberlo” (Lucas 11:44).
Las reglas que nos inventamos son sepulcros sobre los que andamos sin saberlo. Nos arrebatan la libertad que Jesús compró para nosotros. Nos impiden tener una relación auténtica con Dios.
Estas reglas nos separan unos de otros, nos dan poder para criticar y juzgar. Estas reglas nos vuelven extraños para el mundo que Jesús quiere salvar… nos impiden amar de verdad a las personas.
Jesús no dijo: “En esto conocerán todos que son mis discípulos: no se hagan tatuajes ni usen pantalones rotos”. ¡Suena ridículo! Jesús dijo: “En esto conocerán todos que son mis discípulos: si tienen amor los unos por los otros” (Juan 13:35).
La única regla que Jesús nos ordenó es el amor.
Si nuestras reglas nos dan una sensación temporal de “santidad” y condicionan el amor de Dios para las demás personas, más vale que renunciemos a ellas de una vez.
¿Podríamos renunciar a nuestras reglas por amor a las personas?
"Estas reglas nos separan, nos impiden amar de verdad".
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