En el dolor, nuestra tendencia natural es victimizarnos.

Podemos decidir ser víctimas o podemos hacernos responsables de nosotros mismos en nuestras temporadas de dolor.

¿Qué significa esto? Que no vamos a ser víctimas de nuestras emociones, sino que vamos a buscar cooperar con Dios para salir limpios y libres del periodo de sufrimiento.

En la Biblia, Dios utiliza la analogía de la purificación del oro para darnos la perspectiva correcta acerca del sufrimiento: “Pero Dios sabe la clase de hombre que soy yo. Me ha puesto a prueba y saldré tan puro como el oro” (Job 23:10).

Para obtener un oro puro, éste es introducido al fuego a muy altas temperaturas, hasta que se funde. Una vez fundido, las imperfecciones del oro salen a la superficie y son removidas por el refinador.

El dolor es el fuego que crea un corazón puro en nosotros. 

El dolor no es un enemigo, es un instrumento que Dios utiliza para acercarte a Él, para purificarte y extraer la mejor versión de ti mismo. El dolor no es tu verdugo ni tu sentencia, ni el final de tu vida, es un proceso.

La mejor forma de cooperar con Dios en este periodo de dolor es someterte voluntariamente a tu proceso de purificación. ¿Cómo?

1. Concéntrate en el proceso de purificación. 

No huyas de él. Nuestros tiempos de oración, de conversación íntima con Dios son una especie de crisol. El crisol es un instrumento creado específicamente para contener el metal fundido a temperaturas extremas.

La oración es el medio seguro en que Dios realiza el proceso de purificación en nosotros; es en la oración donde Dios puede fundirnos y moldearnos y extraer las impurezas, para hacernos personas maduras, perfectas, completas, sin que nos falte nada (Santiago 1:2-4).

2. Entrega tu corazón al fuego. 

Este fuego es la Palabra de Dios (Jeremías 23:29) . La Biblia es el corazón de Dios revelado en palabras. Deja que tus pensamientos y emociones sean sometidos al fuego de la Palabra de Dios; este fuego no tiene otro propósito que capacitarte para vivir y hacerte completo (2 Timoteo 3:17). El sufrimiento es inevitable, pero es tu decisión permitir que te purifique o te destruya. Tú eliges quién quieres que sea tu refinador: tus emociones o Dios.

El rey David escribió: “Recuerda la promesa que me hiciste; ella me llenó de esperanza. Tu promesa es mi consuelo cuando sufro; tu palabra me devuelve la vida” (Salmo 119:49-50). En el sufrimiento y en la desesperación, las promesas de Dios mantienen con vida y cordura nuestro corazón. En la Biblia, Dios tiene una promesa para cada uno de tus problemas y temores.

Resistirte al dolor sólo hará que el proceso sea más largo y difícil. 

Hay aspectos muy buenos de ti que no vas a descubrir sin atravesar un proceso doloroso; hay aspectos muy malos de ti y de tu vida de los que no vas a librarte sin atravesar un proceso doloroso.

Dios sabe a qué temperatura exacta tu corazón puede ser fundido y moldeado. No huyas de Dios, corre hacia Él. Asume tus circunstancias, acepta el dolor, soporta el sufrimiento y humíllate ante Dios.

“Cuando la vida es pesada y difícil de llevar, espera solo y en silencio. Hay que saber inclinar la cabeza y besar el suelo, pues tal vez aún todavía hay esperanza. Hay que poner la otra mejilla cuando nos golpeen. Hay que saber aceptar la humillación. Porque el Señor no abandona a nadie para siempre. Si trabaja severamente, también trabaja con ternura. Sus reservas de amor son inmensas” (Lamentaciones 3:19-33).

"Es tu decisión permitir que el dolor te purifique o te destruya".

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